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CAPITULO I. ----
QUE NO TIENE AUTORIDAD PARA ENSEÑAR VIRTUDES EL QUE NO LAS PROFESA.
CAPITULO II. ---- QUE DÍOS NUESTRO SEÑOR FUÉ EL MAESTRO DE LA PACIENCIA.
CAPITULO III. ---- DE LA PACIENCIA DE CRISTO NUESTRO SEÑOR.
CAPITULO IV. ---- DE LA OBEDIENCIA PACIENTISIMA QUE DEBEMOS TENER Á DIOS.
CAPITULO V. ---- DEL NACIMIENTO DE LA IMPACIENCIA, DE SU CRECIMIENTO Y SUS HIJOS.
CAPITULO VI. ---- DE LA COMPAÑÍA QUE HACE LA PACIENCIA
I LA PE.
CAPITULO VII. ---- QUE LA PACIENCIA NO SIENTE LA PÉRDIDA DE LOS BIENES DEL MUNDO.
CAPITULO VIII. ---- QUE LA PACIENCIA ENSEÑA i SUFRIR LAS INJURIAS.
CAPITULO IX. ---- QUE EN LA MUERTE DE LAS PERSONAS PROPIAS SE HA DE
GUARDAR EN EL DOLOR LA TEMPLANZA QUE PRESCRIBE LA PACIENCIA.
CAPITULO X. ---- QUE LA PACIENCIA DICTA NO TOMAR VENGANZA DE LOS ENEMIGOS.
CAPITULO XI. ---- QUE SON DICHOSÍSIMOS LOS QUE SABEN PADECER.
CAPITULO XII. ---- QUE LA PACIENCIA ES MINISTRA DE LA PAZ, DE LA PENITENCIA Y DE LA CARIDAD.
CAPITULO XIII. ---- QUE ES NECESARIA NO SÓLO LA PACIENCIA DEL ALMA, PERO TAMBIÉN LA DEL CUERPO.
CAPITULO XIV. ---- QUE LA PACIENCIA CRISTIANA TIENE EJEMPLO EN OTROS HOMBRES PACIENTISIMOS.
CAPITULO XV. ---- DE LAS VIRTUDES QUE Á LA PACIENCIA ACOMPAÑAN; DE SU SEMBLANTE Y VESTIDO.
CAPITULO XVI. ---- QUE LA PACIENCIA DE LOS INFIELES ES INFAME.
CAPITULO I. ---- QUE NO TIENE AUTORIDAD PARA ENSEÑAR VIRTUDES EL QUE NO LAS PROFESA.
Confieso á Dios, mi Señor, que harto temeraria, si ya no es que también desvergonzadamente, me atrevo yo á escribir de la virtud de la Paciencia, siendo totalmente inhábil para persuadir la mayor de las virtudes sin tener ninguna; cuando conviene que los que comienzan á enseñar y exhortar alguna cosa tengan primero crédito de que han ejercitado lo que enseñan, procurando enderezar la constancia que tienen en persuadir, autorizada con el ejercicio, para que no estén las palabras á la vergüenza, faltando obras. Y ojalá que esta vergüenza traiga á mi imperfección remedio para que el corrimiento de no ejecutar lo que vamos á enseñar á otros me sirva de enseñanza, y el empacho de magisterio; aunque hay cierto linaje de bienes de tan sublime grandeza que no se pueden alcanzar naturalmente, coma cierto linaje de males tan enormes que no se pueden |346 tolerar sin gracia. Porque lo que es sumamente bueno no se halla en la virtud natural de las cosas humanas, sino solamente en Dios; y este bien no lo distribuye otro sino el mismo que lo posee, como ni lo da á todos, sino á aquellos que se digna.
Con todo eso, será cierto linaje de consuelo tratar de lo que no se goza, como los enfermos, que faltos de salud no saben callar ni hablan de otro sino de las comodidades de ella: así yo, miserablepecador, como siempre estoy ardiendo en la fiebre de la impaciencia, es fuerza que hable, que discurra y que suspire por la salud de la paciencia que me falta; porque me acuerdo, y en la fragilidad de mi discurso tengo averiguado que la entereza de la fe y la sanidad de la doctrina cristiana no se puede fácilmente conseguir sin la asistencia de esta virtud; porque de tal suerte la señaló Dios por presidente de las otras, que ninguno puede cumplir los preceptos de Dios, ni hacer obra agradable á sus ojos, si totalmente le falta la dirección de la paciencia.
La bondad de esta virtud la conocieron los mismos que viven ciegamente, honrándola con el atributo de la suma de las virtudes. Los filósofos gentiles que respecto de alguna sabiduría se cuentan entre los sabios, aunque bestiales sabios, tanto favorecen esta virtud, que aunque entre ellos andan encontrados por la sensualidad con que defienden la variedad de sus sectas, y aunque discordes por la porfía y emulación con que siguen diferentes opiniones, solamente los hallamos en sus estudios pacíficamente conformes cuando tratan en común de la grandeza de esta virtud. Y llanamente que estos filósofos que uniformemente afectaron parecer en el mundo virtuosos, con razón se confederaron en hacer ostentación de muy sufridos, porque de ninguna otra manera pudieron mostrarse más probablemente buenos que vistiéndose de la librea de la |347 paciencia, ¡Gran abono de la virtud, cuando entre vanos sabios no se reconoce otra honra ni otra gloria sino fingir que se tiene! Pero mejor diré grande injuria, pues es afrentosa deshonra de la paciencia que una virtud tan divina ande envuelta en el cieno artificioso de la sabiduría humana. Mas váyanse estos sabios con su error, que luego se avergonzarán de ver deshonrada y destruida su vana sabiduría en la destrucción del juicio final.
CAPITULO II. ---- QUE DÍOS NUESTRO SEÑOR FUÉ EL MAESTRO DE LA PACIENCIA.
A nosotros no nos enseñó el ejercicio de la paciencia la afectación humana de Diógenes, el cual con tolerancia de perro, nacida en su espantosa arrogancia, sufría las injurias; sino la divina autoridad que con viva y celestial doctrina nos propuso al mismo Dios por ejemplo de la paciencia.
Porque hallándose Dios desde el principio del mundo desobligado con las ofensas, con todo eso esparce con igualdad las flores de las luces sobre justos y pecadores; permite que en un tiempo mismo gocen buenos y malos de los beneficios de los tiempos, de los servicios de los elementos, de los tributos de las plantas y del regalo de la naturaleza. Sufre las ingratísimas naciones, las cuales adorando los juguetes de los artífices y las obras mismas de sus manos, persiguen su divino nombre y |348 su familia (1); tolera la lujuria, la avaricia, la malicia y la iniquidad del siglo, aunque ve que va creciendo cada día. Es tanto lo que Dios sufre, que con su paciencia se desacredita; porque hay muchos que por eso no quieren conocerle por Dios, porque mirándole agraviado y enojado, piensan que no tiene en su mano el poder, pues no castiga.
Mas por ventura pensará alguno que este linaje de paciencia no la pueden imitar ¿os hombres, que como divina está lejos de la imitación humana. Pero no es menester mirarla tan distante, teniendo á los ojos en la tierra tan cerca la paciencia de Cristo nuestro Señor que casi se puede tocar con la mano (2).
Toleró Dios encarnarse en el vientre de una Madre. Allí esperó el nacimiento: nacido esperó á crecer; crecido, no se apresuró para darse á conocer, sino que pasaba la edad crecida en un silencio afrentoso. Bautizóle un siervo suyo, y les combates del tentador enemigo solamente los rechazó con palabras. Cuando de Señor se hizo maestro para enseñar al hombre á escapar de la muerte, como venía instruido en la paciencia para abrir el camino al perdón de las culpas, «no rehusó, ni reclamó, ni se oyó su voz en las plazas, ni rompió la caña |349 quebradiza, ni apagó el lino que humeaba»; porque no había mentido el profeta, testigo del testimonio de Dios, que dijo «había de poner su Espíritu con toda la paciencia en su hijo». Admitió á todos los que se llegaban á él, y no despreció casa ni mesa de ninguno. El mismo sirvió el agua para lavar los pies de los discípulos. No despreció linaje de pecador alguno ni publicano. Aun con la misma ciudad que no le quiso recibir no mostró enojo, aunque los discípulos desearon fuera abrasado pueblo tan afrentoso con llamas presentes del cielo. Curó los ingratos, y disimuló con los que le paraban asechanzas. Esto fuera poco, «si también no hubiera sufrido lievar en su compañía un traidor, teniendo paciencia en no descubrirlo.» Pero cuando fué entregado, preso y llevado como res á la víctima, no abrió la boca más que un cordero que está á la voluntad del que trasquila. Aquel Señor, pues, que con una palabra tuviera si quisiera legiones de ángeles del cielo, no quiso mostrar que aprobaba la espada vengadora del discípulo. No hirió aquel golpe á Malco, sino la misma paciencia de Cristo. Por eso maldijo el uso de la espada para siempre, y dió satisfacción al mismo que no injurió, restituyéndole la salud con la virtud de la paciencia, que es madre de la misericordia.
Calló el haber sido crucificado, porque había venido para eso. ¿Pero fué necesario por ventura padecer tantas contumelias para llegar á morir? No por cierto; pero habiendo de ser crucificado en el Ara, quiso primero engordar la víctima con la artura de paciencia. Por eso fué escupido, azotado, escarnecido, vestido de sucias vestiduras y coronado de torpísimas espinas. Maravillosa ecuanimidad guardó Cristo á la paciencia; pues habiendo determinado Dios unirse á la naturaleza humana, que es tan sensible y espinosa, y tener oculta y escondida la divinidad, jamás mostró que era hombre |350 en la imitación de la impaciencia humana. Pudiérase conocer y manifestar la divinidad en Cristo, ejercitando paciencia tan inmensa contra el intento y propósito de tenerla oculta; pero más quiso arriesgar el no tenerla encubierta y escondida, que no faltar á la fidelidad que había prometido á la paciencia. Por esto, ¡oh fariseos!, debierais principalmente conocer la deidad de este Señor; pues ninguno del linaje de los puros hombres con tal perfección sufriera. Tales y tan grandes documentos de paciencia (cuya grandeza entre gentiles es menoscabo, y entre nosotros razón y fundamento de la Fe) harto bastante y claramente prueban con palabras y con obras á los que favoreció el Señor con el don de la creencia, ó que la paciencia humana subió á calidad de propiedad divina (3), ó que para sufrir bajó á encarnarse la misma paciencia de Dios.
CAPITULO IV. ---- DE LA OBEDIENCIA PACIENTISIMA QUE DEBEMOS TENER Á DIOS.
Pues si vemos que los siervos honrados y de buena inclinación se acomodan á la condición y caprichos de sus señores para merecer su gracia; que el servir es arte de merecer, y la diligente sujeción enseñanza de |351 los servicios; ¿cuánto más debemos nosotros estar atentos al servicio de nuestro Señor, que somos siervos de Dios vivo, cuya aprobación de juicio no consiste en los grillos de esclavitud, ni en el sombrero de libertad (4), sino en la eternidad de pena ó gloria? Luego tanto cuidado se ha de poner en este obsequio para evitar la severidad de este Señor ó para merecer su gracia, cuanto es excesiva la pena con que su severidad amenaza y grande el bien que su liberalidad promete.
Nosotros también apurarnos la obediencia, no sólo de los hombres obligados á la servidumbre ó de los que con otro linaje de derecho nos deben obsequio, sino también de los animales irracionales, entendiendo que Dios los destinó y entregó para nuestros usos. ¡Es posible que las bestias, que Dios nos sujetó, que conocen que siempre sirven y nunca mandan, que respetan tantos señores como hombres, son mejores que nosotros en la disciplina del servicio! ¿Pues ellas con docilidad sirven á muchos y nosotros no sabemos obedecer á solo uno, que nos dió el derecho de mandar á tantos? ¡Oh cuán injusto y cuán ingrato es aquel que con sus servicios no quiere obedecer á quien le hizo favor que pudiese mandar á otros!
Ni es necesario aumentar razones para ponderar la-obediencia que se debe á un Señor que es Dios. Tampoco es extraño de mi instituto entremeter en este tratado la doctrina de la obediencia; que la obediencia, de la paciencia nace; pues el impaciente no obedece, ni el |352 sufrido rehusa los servicios. ¿Quién no tratará mucha veces y largamente de aquella virtud que el mismo Señor que tiene, que enseña, que califica todos los bienes, siempre la llevó consigo mismo? Los que pertenecen á la familia de Dios no dudarán pretender y seguir con todo su entendimiento aquel bien que el mismo Dios lo amó tanto, que lo apreció como atributo de su naturaleza; lo honró tanto, que lo ejercitó; lo estimó tanto, que lo puso entre sus bienes. En esta honra que Dios hizo á la paciencia estriba mi exhortación y su alabanza: en esta calidad tiene fácil y compendiosa descripción la ciencia; pues lo que Dios profesa tiene la más perfecta bondad con excepción de tacha.
CAPITULO V. ---- DEL NACIMIENTO DE LA IMPACIENCIA, DE SU CRECIMIENTO Y SUS HIJOS.
El alargar el estilo en lo necesario á la fe no es ocioso; que nada es osocioso si es fructuoso. Toda elocuencia que edifica no es redundante ni indecente, aunque lo sea la que persuade lo infructuoso ó lo torpe. Cuando se habla de un bien, pide el método ordenado que se descubra el mal su contrario. Mejor alumbrarás el camino que se ha de seguir si despejadamente descubres el que se debe evitar.
Consideremos, pues, si por ventura como la paciencia nació en Dios, así la impaciencia su contraria se concibió y nació en su contrario el demonio, para que por su prosapia se vea cuán derechamente se opone á |353 la fe. Todo lo que se concibió en el émulo de Dios, no puede llanamente ser favorable á las cosas de Dios. Aquella discordia tienen las cosas que los autores. Que como Dios es bonísimo y el demonio malísimo, con la misma diversidad testifican que el uno con el otro no conciertan, porque tan imposible nos parece que algún bien nazca del mal, como que algún mal nazca del bien. Ya le halló á la impaciencia el padre cuando llevó el demonio impacientemente que el Señor hubiera sujetado todas las obras que hizo á su imagen. No le pesara al demonio esta felicidad del hombre si sufriera, ni la envidiara si no le pesara; mas por eso le engañó, porque le envidió; envidióle porque le pesó, y pesóle porque no sufrió. Dejo de disputar ahora cuál fué primero en el ángel de perdición, la malicia ó la impiedad. Siendo cosa constante que nacieron en un parto la impaciencia con la malicia, ó la malicia con la impaciencia. Y después como inseparables hermanas se confederaron desde niñas y crecieron en el regazo de un padre; y como éste sabía desde el principio por experiencia la puerta por donde se entraba á la culpa, y la fuerza que la impaciencia tiene para hacer pecar, llamóla para acometer con ella al hombre y despeñarle al delito. Fué engañada luego la mujer; y diría yo sin ninguna temeridad, que por la puerta misma, por el aliento envenenado de la impaciencia fué herida del veneno escuchando la palabra. Y de ninguna manera hubiera pecado jamás, si obedeciendo la prohibición se hubiera preservado con el antídoto de la paciencia. ¿Pero qué sucedió? Que impaciente de callar no quiso sufrir sola el engaño. Habló con Adán, el cual no la debiera oir, pues aún no era su marido, y lo hizo raíz de la culpa que había sacado del mal. Pereció, pues, Adán por la impaciencia de Eva, y perdióse luego por la propia de ambas maneras cometida; pues con impaciencia desechó |354 el precepto que no guardó y no refutó con constancia el mujeril engaño. De aquí donde salió el origen de la culpa nació el primer tribunal de la residencia para juzgar Dios la ofensa. Comenzó Dios á enojarse cuando salió el hombre instruido en ofender. En la primera indignación mostró Dios la paciencia primera; porque entonces, contento con una maldición descargada sobre otro, al hombre no le maldice, templó en el demonio el ímpetu del castigo.
Antes del delito de la impaciencia, ¿qué crimen cometió Adán? Inocente era, amigo de Dios, valido suyo y habitador del Paraíso; pero rendido una vez á la impaciencia, faltóle la ciencia de Dios; perdió el valor; quedó tan debilitado, que aun no podía sufrir el peso de los dones celestiales. Desde allí le entregó Dios al trabajo de la tierra, arrojado de sus ojos y tan dispuesto á las impaciencias, que con facilidad se podía deslizar á otros delitos; porque luego que la impaciencia con la semilla del diablo concibió la fecundidad de la malicia, parió la ira, hijos que crió con malos resabios. Esta que á Adán y á Eva los sumergió en el lago de la muerte, enseñó también á su hijo que comenzase matando. Vanamente atribuyera yo este hecho á la impaciencia, si Caín, aquel primer homicida y fratricida, hubiera llevado pacientemente la repulsa del sacrificio, si desfavorecido no se hubiera enojado contra nadie. Pero pues mató á su hermano y no le pudiera matar sino enojado, ni enojarse si no estuviera impaciente, bien se conoce que lo ejecutó la ira, lo administró la impaciencia.
Estas fueron las infancias de esta niña cuando aún estaba en la cuna. ¿Pero cuántas atrocidades cometió luego que fué creciendo? Y no es de admirar que si fué ella la primera que pecó, consiguientemente había de ser el manantial de los delitos la que de su fuente derramó varias venas de delitos. Ya dije que de allí nació |355 el homicidio; pero si el primero lo ejecutó la ira, hija de la impaciencia, cualquier homicidio que se haga, aunque después tenga otras causas, se reduce á la impaciencia como origen. El que mata por enemistad ó por robar, primero estuvo impaciente en el odio ó en la avaricia. Todo lo que solicita el deseo para que se haga, tiene la voluntad impaciente mientras que no lo ejecuta. Impaciente está la sensualidad hasta cometer el adulterio: ¿qué obliga á las mujeres á la venta de la honestidad, sino la impaciencia de no despreciar la torpe ganancia? Estos delitos, que para con Dios son mayores, sirven de ejemplo; mas para decirlo en epílogo: todo pecado se ha de atribuir á la impaciencia, porque todo mal es impaciencia del bien. No es deshonesto sino el impaciente de la pureza, ni malo sino el impaciente de la bondad, ni impío sino el impaciente de la piedad, ni inquieto sino el que no tolera la quietud. Para que cualquiera se haga malo basta que no sufra la perseverancia en lo bueno.
¿Por qué, pues, á Dios, reprobador de los malos, no le ha de ofender esta hidra de los delitos? ¿Por ventura no es manifiesto que el mismo pueblo hebreo delinquió siempre por la impaciencia, desde que olvidado del brazo celestial que le había sacado de las aflicciones de Egipto, pidió á Aarón dioses por capitanes; cuando derramó las oblaciones de su oro para hacer el ídolo, cuando las tardanzas tan importantes de Moisés que estaba luchando con Dios las llevó con impaciencia desesperada? Este pueblo es el que después de la lluvia comestible del maná, después del seguimiento acuátil de la piedra, desesperó de Dios, no sufriendo tres días una sed. En estos delitos impaciencia hubo, pues también los reprendió Dios de mal sufridos. Y para no discurrir por todos los sucesos de la escritura, siempre se perdió este pueblo por culpas de impaciencia. ¿Cómo pusieron |356 también manos violentas en los profetas, sino por la impaciencia de oirlos? ¿Y cómo también en el mismo Señor se ensangrentaron, sino por la impaciencia de oirle y verle?; y creo que si hubieran acudido á la paciencia se salvaran.
CAPITULO VI. ---- DE LA COMPAÑÍA QUE HACE LA PACIENCIA i LA PE.
No sólo por su contrario se califica la paciencia, pero también tiene otra mayor dignidad por la compañía que hace á la fe, á la cual, ó la sigue, ó la precede. Así le sucedió á Abraham: Creyó á Dios, y fué reputado por justo. Examinóle la Fe cuando le mandó sacrificar al hijo; mas el examen no fué tentación, sino contestación misteriosa; que bien conocía Dios al que había aprobado por Justo. Después de haber creído con perfectísima fe oyó tan pacientemente el mandamiento tan duro, que aun el mismo Dios no gustaba se perfeccionase; que le hubiera ejecutado sí Dios hubiera querido. Con la fe creyó la promesa, y con la paciencia abrazó después la ejecución del sacriñcio del hijo. Con razón se llama bendito Abraham, porque fué fiel y fué paciente.
Pero cuando esta fe iluminada con la paciencia que le seguía, se hubo de sembrar en las naciones por el descendiente de Abraham, que es Cristo, para que la ley estuviese sobrevestida con la hermosura de la gracia, y se ampliase y se cumpliese lo que en ella estaba profetizado, á la paciencia que había sido la ayudante la hizo presidente. En aquella ley vieja la paciencia era soldado, la fe capitán; la paciencia peleaba, la fe |357 presidía; en esta ley la paciencia es capitán que va delante donde pelea y preside. En aquella ley faltaba la disciplina de la paciencia para ejercitar obras arduas de perfecta justicia. Antiguamente se pedía ojo por ojo y diente por diente; volvíase mal por mal; con males recíprocos se correspondían los hombres; que aún no había nacido en el mundo la verdadera paciencia, porque no había nacido la perfecta fe. En el ínterin gozaba la impaciencia de las ocasiones de la ley; fácilmente se solazaba en sus resabios estando todavía ausente el Señor, el Maestro y el Presidente de la paciencia. Contentábase con prohibir los homicidios y matanzas; pero después que vino al mundo, y se juntó la paciencia con la fe, dando la precedencia á la paciencia, ya no fué lícito maltratar ni aun de palabra á nadie, ni tratar de fatuo al prójimo sin peligro de residencia.
Prohibida, pues, la ira, estrechando el ánimo furioso encogida la desenvoltura de la mano, quitado el veneno de la lengua, más halló la ley que perdió; pues perdió la venganza y halló la virtud de la paciencia con aquella usura que dijo Cristo nuestro Señor: Amad á vuestros enemigos, dice, y bendecid á quien os maldijere, y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre Celestial. Véase si fué ganancia, pues perdió la ley la sevicia, y halló la filiación divina. Mirad que tal Padre nos granjea la paciencia. En este precepto está epilogada la principal enseñanza de esta virtud; pues ni á las palabras volátiles, ni á la lengua deleznable, en la doctrina de Cristo se le permite hacer mal. |358
CAPITULO VII. ---- QUE LA PACIENCIA NO SIENTE LA PÉRDIDA DE LOS BIENES DEL MUNDO.
Habiendo discurrido por las causas de la impaciencia, se ha de tratar del remedio; que también en la Escritura se halla la medicina.
Si se irrita el ánimo con la pérdida de la hacienda, casi en toda la Escritura sagrada nos enseña el Señor á menospreciar el mundo. No hay mayor amonestación para el desprecio de los bienes, que saber que el mismo Señor jamás se halló entre riquezas: Siempre Cristo beatifica á los pobres, y siempre que los llama Bienaventurados fulmina condenación contra los ricos. Mandando á la opulencia de los poderosos tener fastidio de las sobras, enseña á la paciencia á tener sufrimiento en las faltas; y es menos sufrir la falta de lo perdido, que desapropiarse de lo sobrado (5). Aquello, pues, que de ninguna manera es necesario apetecer porque el mismo Señor no lo codició, debemos con sufrimiento tolerar cuando se disminuye ó se pierde. El mismo Espíritu de Dios dijo por boca del Apóstol: Que la codicia es raíz de todos los males; y esto lo entendemos de manera que nos persuadimos que la codicia está, no sólo en la |359 concupiscencía de lo ajeno, sino también en la posesión de aquello que parece propio; porque bien mirado, todos los bienes y también nosotros mismos somos de Dios; y así, nada es nuestro mientras todo es de otro. Los que lastimados, pues, con el daño de la pérdida del bien que no era propio, la sienten con impaciencia, cercanos se hallan á la codicia; porque llanamente lo ajeno buscamos cuando sufrimos mal la pérdida de lo que no era nuestro.
Los que se irritan con impaciencia en el daño de las pérdidas anteponiendo lo terreno á lo celestial, de cerca, cara á cara ofenden á Dios; pues por respeto de una cosa de tierra atropellan el espíritu que Dios crió tan pariente y semejante á su propia imagen; no de tierra, ni para la tierra, sino de su espiritual sustancia para gozos de eterna duración. Perdamos, pues, gustosamente lo terreno, y defendamos valerosamente lo celestial. Piérdase para mí toda la riqueza del mundo: nada pierdo; mucho gano si granjeo la paciencia. Aquellos, pues, que no sufren con constancia el menoscabo que hizo en su hacienda el hurto, la violencia, la desdicha ó su flojedad, no sé yo si de buena gana alargarán la mano al ejercicio de la limosna; pues el que no sufre que otro le dé una herida, no se pondrá él mismo dentro del pecho el puñal. El que tiene paciencia en el perder, se ejercita en saber dar; porque la paciencia en las pérdidas es la enseñanza de la liberalidad. No se embaraza en dar el que no siente perder. Porque de otra manera, ¿cómo el que tiene dos túnicas dará la una al que no tiene ninguna? ¿cómo al que roba la túnica le ofreceremos la capa? ¿y cómo fabricaremos con las riquezas amigos, si las amamos tanto que no sufrimos perderlas? Nos perderemos con lo perdido. ¿Qué hallamos en este mundo, donde no tenemos otra hacienda sino perder? Eso tenemos, que perdemos. |360
Es propio de los gentiles sentir con impaciencia cualquier pérdida de hacienda; porque por ventura éstos estiman más los bienes que las almas. Así lo dan á entender, pues por la codicia de las ganancias en las mercaderías no rehusan los peligros del mar; amparan en los tribunales por dinero las causas que saben se han de perder: se alquilan para los juegos y la guerra, y finalmente, por el interés roban y matan como fieras en los caminos. Pero á nosotros, como apartados de su religión, nos conviene dejar, no el alma por el dinero, sino el dinero por el alma, ó sufriendo con paciencia lo que se pierde, ó mostrando gusto en dar.
CAPITULO VIII. ---- QUE LA PACIENCIA ENSEÑA i SUFRIR LAS INJURIAS.
Los que en este siglo llevamos expuestos cuerpo y alma para las injurias y afrentas que todos nos quieran hacer, y es fuerza tolerar, queramos ó no queramos, ¿cómo podemos ofendernos con los tiros de menores golpes? Vaya fuera del siervo de Cristo tal torpeza; que la paciencia preparada para todas las tentaciones de los más recios combates caiga en los frivolos. Si debes tolerar la muerte, ¿cómo no sufrirás una bofetada? Si alguno con la mano tentare provocarte, ya está pronta la amonestación del Señor, que dice: «Al que te hiriere en la cara, vuélvele la otra mejilla.» Fatigúese, lastímese con tu constancia su malicia, rinda tu paciencia su maldad. A cualquier golpe mayor que con dolor lastima el cuerpo, ó con contumelia aprieta el alma, con mayor |361 severidad nuestro Señor le castiga. Más hieres al ímprobo sufriendo; porque será castigado por la mano poderosa de aquel por quien sufriste. Si la amargura de la lengua revienta la afrenta ó maldición por los labios, atiende á lo que dijo Cristo: «Cuando os maldijeren gozaos; que el mismo Señor fué maldecido, siendo el que solamente es bendito.» Ea, pues, anímese nuestra flaqueza, sigamos los siervos al Señor, padezcamos las maldiciones por merecer las bendiciones.
Si con poca ecuanimidad oyere una palabra contra mí, ó mala ó proterva, es fuerza responder, ó con respuesta amarga, ó con impaciencia muda. Pues si remaldijere al maldiciente, ¿cómo se podrá decir que sigo la doctrina del Señor que enseña: «No se ensucia el hombre con la asquerosidad que está en el vaso, sino con lo que sale de su boca?» A más de esto, si se ha de dar cuenta de toda palabra vana y superflua, ¿cuánto mayor se dará de la ofensiva? Síguese, pues, que el misma Señor, que nos aparta de aquello que á todos está prohibido, quiere que, ya que otros lo hicieren, lo suframos.
Esto es lo que pide, enseña y quiere el rigor y la naturaleza de la paciencia que nos enseñó Cristo nuestro Señor; pero dentro de este ejercicio se halla un gran provecho, porque toda injuria hecha con la mano ó con la lengua, encontrándose con la paciencia el mismo encuentro le desvanece y le deshace, como flecha arrojada que dando en la piedra de constantísima dureza se embota ó se despunta, y tal vez cae la saeta con vano é infructuoso destino, ó lastima al que la arrojó volviendo al tirador con ímpetu recíproco. Por eso creo que quiere dañarte el enemigo, para que tengas sentimiento de la ofensa; porque el fruto del que ofende está en el dolor del ofendido; luego si no tuvieres dolor de la injuria desvaneces su deseo, y es fuerza que le tenga el agresor, porque sentirá ver frustrada y desfrutada su |362 intención. Entonces saldrás tú, no solamente libre de la pesadumbre, que es verdaderamente lo que te basta, pero también gozoso con el desaire del enemigo, y muy airoso, quedando defendido con el dolor de tu contrario. En este documento se encierra el fin para que se instituyó la paciencia y su provecho.
CAPITULO IX. ---- QUE EN LA MUERTE DE LAS PERSONAS PROPIAS SE HA DE GUARDAR EN EL DOLOR LA TEMPLANZA QUE PRESCRIBE LA PACIENCIA.
No tiene excusa el demasiado dolor producido por la pérdida de los parientes y amigos, aunque este linaje de sentimiento tenga buen pretexto y patrocinio. Pero á esta excusa, á este patrón se ha de anteponer otro mayor, que es la autoridad del Apóstol, que dice: «No os entristezcáis con la muerte de cualquiera, como los gentiles que carecen de esperanza. «Y con razón; porque creyendo la Resurrección de Cristo creemos la nuestra, por quien el Señor murió y resucitó. Luego siendo constantemente cierta la resurrección de los muertos, el dolor es vano si la impaciencia lo instiga. ¿Por qué has de tener dolor de aquello de quien crees no se acaba? ¿Por qué has de llevar con impaciencia el ínterin de una ausencia, si crees que ha de volver? La muerte no es pérdida, sino jornada: no has de llorar al que va delante si crees le has de seguir, sino desear alcanzarle. También este deseo de morir se ha de templar con paciencia, porque no has de sentir inmoderadamente |363 haterse partido sin ti el amigo á quien luego has de seguir.
A más de esto, la impaciencia del dolor en estas pérdidas induce á nuestra esperanza mal agüero; que aquellos que impacientemente lloran desesperan, y el desesperado nunca tuvo la confianza sana, y también prevarica contra la fe haciéndola sospechosa, pues mientras no crees la felicidad de la otra vida, ayudas la infidelidad de los gentiles. Cuando llevamos mal y desigualmente que vayan los que nuestro Señor llamó, y los lloramos como miserables y desgraciados, reprendemos la elección y llamamiento del Señor: «Ya deseo, dice el Apóstol, ser desatado de esta cautividad, y ser admitido en la libertad de Cristo.» ¡Cuánto mejor mostró el Apóstol los deseos que habían de profesar los cristianos! Parece que no queremos alcanzar aquel bien que con impaciencia sentimos lo hayan alcanzado otros.
CAPITULO X. ---- QUE LA PACIENCIA DICTA NO TOMAR VENGANZA DE LOS ENEMIGOS.
Tiene otro sumo estímulo la impaciencia, que es el gusto de la venganza, lisonjeado de la negociación de la honra ó de la malicia. Pero esta honra en cualquier parte es vana, y esta malicia siempre fué á Dios odiosa, principalmente en la ocasión que provocada de la malicia de otro se quiere mostrar superior en ejecutar la venganza. El perverso remunerador de la injuria |364 duplica la primera maldad, como el remunerador del beneficio duplica el bien.
Entre la gente errada la venganza parece consuelo de dolor; pero entre la honrada y fiel se reprende como crimen. ¿Qué diferencia hay entre el que provoca y el que se provoca irritado, sino que uno cae primero en el pecado y el otro postrero? Pero ambos son reos ante el Señor, aunque sea ofendido el hombre; porque Dios es el que prohibe y condena toda malicia. En lo malo no es inmunidad ser primero ó ser postrero: el orden no diferencia lo que la malicia iguala. Tanta fuerza tiene aquel absoluto precepto del Apóstol, que dice: «No se vuelva mal por mal», como el que enseña «que á nadie se haga injuria». El igual hecho, igual tiene el demérito. ¿Cómo guardaremos, pues, este precepto de no volver mal por mal, sino teniendo sumo fastidio de la venganza? Si nos apropiamos el arbitrio de la defensa, ¿qué honor sacrificaremos á Dios?
Si nosotros, hombres miserables y vasos quebradizos gravemente nos ofendemos con los criados, que por si toman la venganza de los consiervos, y á los que acordándose del estado de su humildad y servidumbre respetan el derecho de nuestro honor imperioso ofreciéndonos la paciencia de su injuria, no sólo los alabamos, sino que los damos mayor satisfacción al agravio que si ellos la hubieran tomado por su mano, ¿habernos de pensar que se ha de perder nuestra defensa dejándola en las manos de Dios, tan justo para medir la calidad de la injuria, tan poderoso para perfeccionar la venganza? ¿Cómo creemos que es justo juez, si no entendemos que es recto calificador de las injurias y justo apropia-dor de las penas? Esto nos prometió cuando dijo: «Dejadme á mí la injuria, que yo la vengaré»; esto es, dadme vuestra paciencia, que yo la remuneraré con la venganza. Cuando manda Jesucristo nuestro Señor: «No |365 queráis juzgar, y no seréis juzgados, en este precepto nos pide nuestra paciencia. No juzga á otro el que sufre no defenderse. Si miras como juez la injuria, no podrás perdonarla, que el juez no averigua el delito para perdonarle, sino para deliberar el castigo proporcionado á la culpa. Si le juzgas y le perdonas, defraudas la honra á Dios de único juez; que quitarle á Dios por sentencia la judicatura es caución de impaciente; (6); pues por eso te apropiaste el juicio, porque presumiste que peligraba la venganza de tu injuria en el tribunal de Dios.
¡Oh, por cuántos despeños y apreturas suele pasar esta impaciencia! ¡Oh cuántas veces el ofendido se apesaró de vengarse! Cuántas la porfía de la venganza fué de peor condición que la ofensa; porque la impaciencia vengativa nada ejecuta sin ímpetu: el ímpetu, ó desvanece la acción, ó despeña ó precipita. Si la venganza es menor que la injuria, enloqueces de furor; si mayor, estarás más cargado. ¿Para qué quiero, pues, la venganza si el dolor de mi impaciencia no puede regir con destreza la ferocidad de su desbocamiento? Mas seguro es, pues, bajar del indómito caballo de la venganza y recostarme en el blando lecho de la paciencia; que si descanso no tendré dolor, y faltándome el dolor de las injurias, careceré del deseo de las venganzas. |366
CAPITULO XI. ---- QUE SON DICHOSÍSIMOS LOS QUE SABEN PADECER.
Después de declaradas las materias principales (7) de la impaciencia, es necesario vaguear en otras que se ofrecen frecuentemente dentro y fuera de casa. Larga y difusa campaña tiene la operación del demonio. Muchas son las provocaciones, irritaciones y tentaciones que este espíritu enemigo arroja siempre contra el alma: siempre tira saetas este flechero, unas pequeñas y otras grandes. Las menores se han de despreciar por pequeñas; de las grandes se ha de huir por excesivas. Cuando la injuria es pequeña no es necesario el uso de la paciencia; cuando es grande, es necesaria la droga saludable; que no tiene otro remedio la injuria sino la medicina de la paciencia.
Cuando el demonio nos causa algún grave daño se ha de resistir sufriendo para que la competencia de nuestra ecuanimidad burle y vuele estudiosamente las secretas minas del enemigo. Cuando nosotros mismos nos buscamos el daño por nuestra imprudencia ó por nuestro libre antojo, igualmente lo habernos de sufrir pacientemente, que si tú hiciste daño no se ha de imputar á otro. Y si creemos que es Dios el que nos mortifica con algunas aflicciones, ¿á quién mejor daremos la paciencia que á nuestro Señor? Porque á más que nos manda sufrir, nos enseña á padecer con alegría y darle |367 gracias por la dignación de su castigo. Yo, dice, á los que amo castigo. ¡Oh bienaventurado aquel siervo por cuya enmienda hace instancias el Señor! ¡Oh dichoso aquel con quien se digna de enojar; aquel á quien no engaña con la disimulación del aviso!
Por todas partes nos hallamos cercados y obligados al servicio de la paciencia; porque de cualquiera parte que venga el daño, sea de la asechanza del demonio ó de nuestro error, ó de la amonestación del Señor, interviene el ministerio de la paciencia. El trabajo que Dios envía para ejercicio de esta virtud no solamente es merced, sino felicidad. ¿A quién llamó nuestro Señor dichosos sino á los pacientes? Bienaventurados, dice, los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Ninguno es pobre en el espíritu sino el humilde, y ninguno es humilde sino el paciente; porque nadie se puede sujetar al abatimiento del servicio si primero no tiene paciencia en el desabrimiento de la sujeción. Bienaventurados los que lloran y sollozan: ¿y quién tiene llanto ni lloro sin paciencia? Por eso les promete á éstos la risa y el consuelo. Bienaventurados, dice, los mansos de corazón. Por este vocablo de mansedumbre no se puede juzgar que los impacientes son dichosos. A más de esto, cuando señala á los pacíficos con título de bienaventurados y los llama hijos de Dios, ya los califlca por profesores de la paciencia; porque ¿qué necio pensará que el impaciente puede tener algún parentesco con la paz? Cuando el Señor dice: Gozaos y alegraos siempre que os maldijeren y persiguieren, que el premio grande que os espera está en el cielo: llanamente el premio de alegría no se promete á la impaciencia; que nadie se alegra en las adversidades si antes no las despreció, y ninguno las desprecia sino el paciente, porque sola la paciencia tiene su prosperidad en lo adverso. |368
CAPITULO XII. ---- QUE LA PACIENCIA ES MINISTRA DE LA PAZ, DE LA PENITENCIA Y DE LA CARIDAD.
La enseñanza de la paz, que tanto encomendó nuestro Maestro, no la aprenderá el hijo de la impaciencia. Nuestro Padre, que es el mismo Dios, nos manda perdonar, no sólo siete veces, sino setenta veces siete; y la impaciencia, nuestra madre, no quiere perdonar ni una, y el mandamiento del padre lo desechamos por severo, y el de la madre lo abrazamos cariñosamente por más blando. El que no perdona ni una vez á su hermano, ¿qué lejos estará de perdonarle siete, y qué apartado de perdonarle setenta veces, y qué lejísimos de seguir el precepto de su Maestro? Ninguno llega á la presencia del Juez á concertarse amigablemente con su enemigo, si primero no le pesa del propósito de la venganza, y le quita á aquel mal ánimo la obstinación y la amargura, venenos de la impaciencia. ¿Cómo llegarás á pedir perdón al Juez supremo, que dice: Perdonad, y seréis perdonados, si primero no te conciertas con tu adversario; si llevas el corazón asido á la venganza; si llevas entero el veneno en el pecho sin llevar el antídoto de la paciencia? Ninguno de inhumano y vengativo corazón perfeccionará el sacrificio en el Altar, si primero no se reconciliare con su hermano apadrinado de la paciencia. Si el sol cuando se pone hallare ira en nuestro corazón, llanamente peligraremos; que podemos morirnos aquella noche y condenarnos; porque no es lícito quedar un día sin paciencia.
Si la paciencia gobierna todos los preceptos de la |369 enseñanza saludable, también sirve y administra á la penitencia acostumbrada á socorrer caídos. Cuando se divorcia un matrimonio (por causa que sea lícito al marido y á la mujer sufrir con perseverancia aquel linaje de viudez) la paciencia es la que espera, la que desea, la que ruega y la que suplica á la penitencia por estos que alguna vez han de alcanzar la salvación. ¡Cuánto bien reparte á cada uno! Al repudiado lo enmienda; al que repudia lo conserva casto. La paciencia del ofendido es el ministro que instruye la penitencia del penitente agresor. No sólo en ejemplos humanos, pero en los divinos de las Parábolas del Señor se halla que la paciencia instruye la penitencia. La paciencia del Pastor buscó y halló la oveja perdida que la impaciencia con facilidad despreciara, pues no repara en una. La paciencia fué la que tomó con gusto la fatiga de buscar; el que la llevó sobre los hombros fué un paciente, sin reparar en la carga pesada, siendo el peso de pecadora. También á aquel hijo pródigo lo recibió, lo vistió, lo regaló la paciencia de su padre, y lo excusó con el hermano mayor enojado é impaciente. Salvóse, pues, este perdido, porque halló la penitencia; que habiendo hallado la ayuda de la paciencia no pudo la penitencia perderle.
También la caridad, que es el sumo Sacramento de la fe, el tesoro del nombre cristiano, á la cual alaba el Apóstol, no con retórica humana, sino con fuerzas vivas del Espíritu Santo, es instruida con la enseñanza de la paciencia. La caridad, dice, es magnánima; esto de la paciencia lo recibe, que le da la longanimidad. La caridad es bienhechora, y la paciencia á nadie supo hacer mal. La caridad no tiene envidia: esto es propio de la paciencia. La caridad no se ensoberbece: esta modestia humilde, de la paciencia la aprende. No tiene hinchazón: este abatimiento, á la paciencia pertenece. No busca su negocio: la paciencia enseña á despreciar los bienes, porque sufre no |370 tenerlos por aprovechar á otros. La caridad no se incita, no se irrita: que sería dejar alguna puerta á la impaciencia. Por eso concluye el Apóstol: la caridad todo lo sufre, todo lo tolera, porque le dió buena instrucción la paciencia. Con mucha razón no ha de caer la caridad, porque tiene los estribos en la firmeza de la paciencia. Los otros dones faltarán: Cesará el don de las lenguas, la ciencia, las profecías; pero quedará la fe, la esperanza, 'la caridad. La fe, que la paciencia introdujo. La esperanza, que con paciencia aguarda. La caridad, que hizo Dios inseparable compañera de la paciencia.
CAPITULO XIII. ---- QUE ES NECESARIA NO SÓLO LA PACIENCIA DEL ALMA, PERO TAMBIÉN LA DEL CUERPO.
Hasta ahora he discurrido en una paciencia sencilla y uniforme, que está solamente en el alma, siendo así que también el cuerpo ayuda de muchas maneras á esta paciencia, y trabaja con mérito delante de Dios. Porque verdaderamente el mismo Señor puso también en el cuerpo fuerzas para sufrir, y el alma es la que rige con facilidad, comunica al habitáculo de su cuerpo los dones celestiales que el Espíritu Santo le infundió.
¿Pero qué ganancias tiene la paciencia del alma cuando sale á negociar á las regiones del cuerpo? Grandes. Porque primeramente la aflicción y mortificación de la carne cuando le sacrifica á Dios la desnudez, el desaliño, la pobreza de la vianda, y se contenta con la |371 comida sencilla, con la bebida de agua pura: cuando le añade á la templanza la abstinencia del ayuno; cuando la penitencia nace en la ceniza y en el saco austero como pimpollo injerto, es hostia que aplaca á Dios por el sacrificio de la confesión humilde. Esta paciencia del cuerpo lleva recomendación en sus ruegos, eficacia en las intercesiones, abre los oídos de Dios, desvanece el ceño de la severidad y halaga la clemencia. Así aquel rey de Babilonia, teniendo á Dios ofendido, como estuviese siete años desterrado de la forma humana con el disfraz asqueroso del penitente, sacrificando la paciencia de su cuerpo, recuperó el reino y satisfizo á Dios, que es lo que más debe estimar el hombre.
Pero más desvanecidamente manifestamos ya otros más altos y dichosos grados de la paciencia corporal. Esta es la procuradora de la santidad para adquirir la continencia de la carne. Esta contiene á la viuda, sella la integridad de la virginal pureza, y al voluntario eunuco lo levanta al reino de los cielos. La virtud de la paciencia en la fuerza y virtud del alma se concibe, pero en la carne se perfecciona; porque finalmente, esta es la que pelea en las persecuciones. Si aprieta la fuga (8) la carne padece las descomodidades del huir. Si antes de la fuga sucede la prisión de la cárcel, la carne está en los grillos, en las cadenas, en el cepo, en la tierra dura» la carne padece la escasez de la luz y la penuria de las cosas necesarias á la vida corporal. Cuando la sacan á la experiencia de Ja felicidad, á la ocasión del segundo bautismo, á la misma altura del divino trono á celebrar el martirio, solamente pelea allí la paciencia de la carne. No basta que esté el espíritu pronto para padecer, si está enferma la carne para sufrir; porque en esta |372 paciencia está la salud de la carne y del espíritu. Cuando llamó el Señor enferma la carne, entonces nos enseñó que era necesario fortalecerla con la paciencia contra todas las máquinas de tormentos que habían de ingeniar los tiranos para derribar la fe y afligir la carne de los que constantísimamente sufriesen los azotes, los fuegos, las cruces, las bestias, las espadas, que los profetas y apóstoles vencieron tolerando.
CAPITULO XIV. ---- QUE LA PACIENCIA CRISTIANA TIENE EJEMPLO EN OTROS HOMBRES PACIENTISIMOS.
Con estas fuerzas de paciencia sufrió Isaías la sierra que aún predica partido. Con esta toleró Esteban las piedras, y aun pide perdón para los enemigos. ¡Oh dichosísimo también aquel que empleó todo el linaje de la paciencia contra toda la fuerza del demonio! Ni el robo de los ganados, ni la pérdida de las riquezas, ni la destrucción de las vacas, ni la muerte de los hijos en el ímpetu de la ruina, ni el tormento de su cuerpo cubierto con una llaga pudo sacar á Job del alcázar de la paciencia, que el señor tenía encomendado á su fidelidad. En todos los asaltos salió siempre el demonio, ó rechazado ó vencido. Este es aquel que combatido con tanto tropel de dolores no se apartó jamás de la presencia de Dios, sino que estuvo como intrépida columna para ejemplo y testimonio de la perfección de la paciencia con el espíritu y la carne, con el alma y con el cuerpo. Enseñónos con su constancia á no postrarnos |373 ni rendirnos con los daños de la hacienda humana, con la pérdida de los hijos y con las calamidades del cuerpo.
¿Qué trofeo del demonio labró Dios en la constancia de este varón? ¿Qué estandarte de victoria enarboló del enemigo de su gloria, cuando aquel hombre (que hombre era) en la amargura de cada nueva no pronunciaba por su boca otra palabra sino gracias á Dios? Cuando á la mujer vencida ya de los males, y persuadiendo remedios perniciosos la maldijo como á necia, ¿qué pasó en el espectáculo de esta pelea? Dios reía, el demonio se despedazaba cuando Job arrojaba con ecuanimidad la asquerosa materia de la postema, cuando á los gusanillos que salían impetuosamente de las cuevas de la carne cavernosa, jugando con ellos los volvía á las mismas cavernas, al mismo pasto de su carne. Así, pues, aquel espantoso batallador de la victoria de Dios, aquel guerrero que señaló Dios para combatir con el demonio rechazó todos los tiros de las tentaciones con la celada y escudo de la paciencia. Luego recuperó por mano del Señor la salud de su cuerpo y los bienes perdidos duplicados. Y si quisiera también los hijos muertos resucitaran para restaurar con ellos la primera paternidad perdida; pero tanta grandeza de gozo no la quiso en este mundo, reservóla para el día de la resurrección final, bien seguro de la promesa de Dios. Sufrió tan voluntaria orfandad por no vivir sin algunas prendas de paciencia. |374
CAPITULO XV. ---- DE LAS VIRTUDES QUE Á LA PACIENCIA ACOMPAÑAN; DE SU SEMBLANTE Y VESTIDO.
Dejemos, pues, en las manos de Dios nuestras querellas y penalidades, que es rectísimo árbitro é idóneo depositario de los frutos de la paciencia. Si depositas en él la injuria, es vengador; si el daño, restituidor; si el dolor, médico; si la muerte, resucitador. Padezca la paciencia todo género de mortificaciones; bien se emplea si merece tener á Dios por deudor; y con razón le hace Dios esta honra, porque la paciencia apadrina las virtudes de su mayor agrado é interviene en todos los preceptos divinos. Patrocina la fe, gobierna la paz, ayuda á la caridad, instruye la humildad, espera la penitencia, señala la confesión, rige la carne, guarda el espíritu, refrena la lengua, contiene la mano, atropella las tentaciones, desvía los escándalos, perfecciona los martirios. La paciencia esmalta los estados, consuela al pobre, modera al rico, hace al enfermo ganancioso, conserva al sano, deleita al fiel, halaga al gentil, hace al señor agradable, estimable al siervo, hermosa á la mujer y precioso al hombre. La paciencia se ama en los niños, se alaba en los mozos y en los viejos se admira; en todo sexo y edad es hermosa la paciencia.
Vengan ya los que quieren conocer su cara, los que desean ver la gala de su vestido. Tiene la paciencia el rostro sereno y placentero, la frente limpia y pura sin arrugas de tristeza ni sobrecejos de enojo, las cejas igualmente caídas con mesura muy alegre, los ojos bajos con gravedad humilde, no confusión de miserable; |375 la boca sellada con el noble sello del silencio, el semblante de gravedad segura, el color de inocencia natural; continuamente está moviendo la cabeza, porque casi siempre está chocando contra el diablo. Finalmente, esta dama tiene fuerte el pecho, la postura impávida, el garbo erguido, la risa amenazadora.
Lleva la paciencia un velo blanco sobre el pecho, que es de candida inocencia su vestido: tráele no volante, sino pegado al mismo cuerpo, que no puede haber en su vestido hinchazón: la saya es ajustada, no rozagante ni molesta, porque nada la inquieta ni embaraza. Está sentada en el trono de Dios mismo, espíritu manso y blandísimo, que no quiso mostrarse en ia nube del fuego abrasador, sino en el delgado vientecillo como la tercera vez lo vió Elias; que este divino Espíritu es tierno, benigno, abierto, sereno y sencillo. Allí en su mismo trono sentó Dios á la paciencia, porque es su hija. Así cuando el Espíritu del Señor, cuando la gracia divina baja á nosotros, la paciencia le baja acompañando como á individua é inseparable compañera. Por esto, si cuando recibimos la gracia divina viene con ella la paciencia, hace en nosotros perpetua morada; que si se halla sola sin su ministra, creería yo que no persevera mucho tiempo. Porque siendo cosa forzosa que en todo tiempo y lugar nos dé la impaciencia asaltos furiosos y continuos, si el enemigo con algún fuerte combate embiste y aprieta el alma, si ésta se halla sin paciencia, no podrá sólo la gracia defenderse faltándole las armas, el instrumento, digo, de resistir; y así, viéndose apretada, vase. |376
CAPITULO XVI. ---- QUE LA PACIENCIA DE LOS INFIELES ES INFAME.
Esta es la norma, la enseñanza, el estudio de la paciencia cristiana, que es la celestial, la verdadera y la honrosa; que la paciencia de los gentiles es terrena, falsa y afrentosa.
Mas para que también en esto remedase á Dios el diablo, casi con igualdad enseñó á los suyos una paciencia propia suya, sino que la semejanza es diversa; porque el demonio puso tanta grandeza de mal en su paciencia, como Dios puso de bien en la suya. Aquella paciencia, digo, de unos maridos rufianes de sus mujeres, que comprados con las dotes negocian con su honestidad, viviendo siempre sujetos á mandamientos mujeriles. Aquella que tienen los que van á caza de las herencias que toleran los trabajos de los servicios forzados con mentirosas afectaciones. Aquella que á los truhanes, á los obreros del vientre los sujeta á la gula, á las mesas de los señores, trocando su libertad por afrentosos patrocinios. Los gentiles no conocen otra paciencia sino la que hay en el ejercicio de estos empleos. El nombre de tanto bien lo ocupan en tan torpes operaciones. Los que sufren la sujeción de una mujer y el señorío de un rufián, los que toleran las vejaciones y sequedades de aquellos que esperan heredar, los que toleran los oprobios y afrentas en los banquetes, solamente son impacientes con Dios.
Pero váyanse éstos, é imiten también la paciencia de |377 su presidente, que sufre en el fuego del infierno perpetuas llamas de penas; pero nosotros amemos la paciencia de Dios, la paciencia de Jesucristo; paguemos la que él gustó por nosotros: ofrezcámosle la paciencia del espíritu y de la carne los que creemos que el espíritu y la carne han de resucitar.
FIN.
1. (1) Familia suya llama á todos los justos, porque habla de la paciencia de Dios antes de la venida de Cristo.
2. (2) Podía parecer inimitable la paciencia de Dios, por eso propone la de Cristo como ejemplar.
3. (1) Otros leen: Patientiam Dei esse naturam, effectum, et praestantiam ingenitae cujusdam proprietatis. Que la paciencia es el efecto más insigne de alguna propiedad divina. ¿De qué propiedad es efecto la paciencia? Creo que de la omnipotencia. El no hacer castigos nace del mismo atributo que el hacer; y en este sentido dijo Aug. lib. 14, Civ. Dei, cap. 9: Infirmias Dei etiam fuit ex protestate.
4. (1) Text. Cujus judicium in suos non in compende, aut pileo Vertitur. La señal de los esclavos la refiere Plinio, lib. 18, cap. 3: Vincti pedes, damnatae manus, inscripti vultus. La señal de la libertad era andar con sombrero; y así, cuando mataron á Julia César se hizo la demostración que dice Apiano, lib. 1: Qui Julium Caesarem interfecerunt, pileum per mediam urbem hasta praetulerunt, quasi morte Tiranni restituta civibus libertate.
5. (1) Text. Ita detrimentum patientiae fastidium opulentiae praeministravit. Es prodigio ver la variedad con que se interpreta este texto, y le tengo por el más fácil de este autor, y tiene este sentido: El ejemplo de Cristo, que enseña á tener fastidio de las riquezas, también enseña á tener paciencia en las pérdidas. No se le agravia á la paciencia mandándola sufrir la pérdida de la hacienda cuando se le manda á la opulencia tener fastidio de las riquezas, porque es menos tolerar lo perdido, que desapropiarse de lo sobrado. Fastidio es el hastío que tienen los ahitos.
6. (1) Text. Qui idcirco judicat, ut ignoscat, ac si ignoscit, tamen impatientiam judicantis cavit. Creo que el sentido legítimo es el que se traslada en la versión. Pero puede tener otro sentido. Ninguno juzga como juez para perdonar. La razón es, porque el juez mira el delito para deliberar el castigo. Y si perdonare, ya se aparta de la impaciencia que ha de tener el juez con el delito. Esto hace el juez humano que no puede ni debe perdonar los delitos. Esto sólo pertenece al único juez, que es Dios, que venga nuestras injurias y perdona las suyas; y así, ei hombre que quiere juzgar, como juez, y perdona y tolera la injuria, usurpa á Dios la honra, y por eso dice: Et honorem unici Judicis, id est, Dei abstulit.
7. (1) Llama principales materias de la paciencia á aquellas de que ha tratado; despreciar riquezas, perdonar injurias, no llorar demasiadamente á los muertos, no vengarse de los enemigos; y ahora trata de otras ocasiones de la impaciencia que respecto de las pasadas son menores.
8. (1) Este libro se escribió siendo católico Tertuliano, porque abona la fuga en las persecuciones, que reprobó como ilícita siendo Montanista, lib. De Fug. in Persec.
Traducida por el Pedro Manero. Transcribed by Roger Pearse, 2002.
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